Del Segura al Tallapoossa. (Coliseum - M-Clan)
Mal que le pese a algunos, el mejor disco de rock and roll en castellano que se ha grabado jamás es, sin duda alguna, Coliseum, de M-Clan. Contra la ingente cantidad de basura infumable que se venía publicando en España a finales de los 90, los murcianos se sacaron de la chistera un elepé sencillamente magistral. Grabada en Canadá, esta joya del rock –me atrevería a decir que mundial- no da respiro alguno al oyente extasiado en ninguno de sus trece cortes. Rock sureño gestado en Murcia, tan raro como suena.
Poder escuchar los riffs y los solos de Santi Campillo –que es el mejor guitarrista de rock que hay en España, con perdón del siempre infravalorado Carlos Goñi- en Coliseum es algo por lo que uno debería dar las gracias cada mañana de su vida. Pero la cosa no se queda ahí, porqué un Carlos Tarque en un estado de gracia absoluto chilla los temas como si le fuera la vida en ello, arrancando sonrisas y lágrimas a quien escucha, arropado por una banda de una calidad sin igual en el panorama nacional.
La producción de Coliseum es lujosa en el sentido más rockero de la expresión. Las Fender Telecaster y las Gibson Les Paul rugen en los altavoces como lo harían en una taberna junto al Tallapoossa hace 25 años, con un sonido vintage que no pierde elegancia y no cede en potencia. La batería suena a puro nervio, nada de cacerolas ni de programaciones enlatadas. El bajo en su justo punto y los teclados del impresionante Iñigo Uribe como la sábana que envuelve el genial sonido de la banda. Mención a parte merece el milagro de la voz de Tarque, que contra todo pronóstico suena nítida y perfectamente insertada en el muro de sonido, sin que en ningún momento la agresividad eléctrica de la banda la tape.
Pero, cuestiones de ingeniería a parte, el alma de Coliseum está en lo directo de sus letras y lo urgente de sus melodías. Coliseum no es rock and roll, es el rock and roll. Sólo tienen que escuchar ¿Dónde está la revolución?, el tema más emblemático del álbum para entender lo que les digo. La intro con guitarra acústica, la letra desgarrada, el piano que entra por sorpresa y después la explosión eléctrica. Se le pone a uno la piel de gallina.
Un análisis tema por tema no procede cuando nos encontramos ante una obra maestra de tal calibre, sobretodo porque este disco no admite escuchas parciales. Si conduce usted su coche a velocidad de vértigo por alguna carretera secundaria y introduce el CD en la ranura, no va a atreverse ni a ajustar el potenciómetro del volumen entre la intro de batería de Deja que lo muerda hasta el melancólico final de Domingo de mayo. Si, a punta de pistola, alguien obligara a este modesto crítico a quedarse con un solo corte de Coliseum, escogería, con dolor, Maxi ha vuelto.
Coliseum, excelente rock sureño desde los tomatales de Murcia. ¿Quién lo iba a decir? Pues los chicos de M-Clan. Lástima que no escarmentaran con el mejor verso del disco -el río baja puro por el valle, y se pudre cuando llega a esta ciudad-, y acabaran pudriéndose ellos también en la infamia del pop-rock español de peluquería. Lo cierto es que quien escribe los colocó en su lista negra por todo lo que publicó después del bombazo comercial –y también ¿por qué no? musical- que supuso Sin Enchufe, pero cada vez que le da por apagar las luces de su habitación y escuchar de nuevo Coliseum tiene una especie de revelación de los dioses del Rock and Roll: Hay que atrapar el primer vuelo a Montgomery y peinar la orilla del Alabama hasta Mobile. Los viejos M-Clan, los de verdad, los de Coliseum, tiene que andar haciendo rock and roll del bueno en algún bar de carretera. La esperanza es lo último que se pierde, y más cuando hablamos de rock and roll.
Poder escuchar los riffs y los solos de Santi Campillo –que es el mejor guitarrista de rock que hay en España, con perdón del siempre infravalorado Carlos Goñi- en Coliseum es algo por lo que uno debería dar las gracias cada mañana de su vida. Pero la cosa no se queda ahí, porqué un Carlos Tarque en un estado de gracia absoluto chilla los temas como si le fuera la vida en ello, arrancando sonrisas y lágrimas a quien escucha, arropado por una banda de una calidad sin igual en el panorama nacional.
La producción de Coliseum es lujosa en el sentido más rockero de la expresión. Las Fender Telecaster y las Gibson Les Paul rugen en los altavoces como lo harían en una taberna junto al Tallapoossa hace 25 años, con un sonido vintage que no pierde elegancia y no cede en potencia. La batería suena a puro nervio, nada de cacerolas ni de programaciones enlatadas. El bajo en su justo punto y los teclados del impresionante Iñigo Uribe como la sábana que envuelve el genial sonido de la banda. Mención a parte merece el milagro de la voz de Tarque, que contra todo pronóstico suena nítida y perfectamente insertada en el muro de sonido, sin que en ningún momento la agresividad eléctrica de la banda la tape.
Pero, cuestiones de ingeniería a parte, el alma de Coliseum está en lo directo de sus letras y lo urgente de sus melodías. Coliseum no es rock and roll, es el rock and roll. Sólo tienen que escuchar ¿Dónde está la revolución?, el tema más emblemático del álbum para entender lo que les digo. La intro con guitarra acústica, la letra desgarrada, el piano que entra por sorpresa y después la explosión eléctrica. Se le pone a uno la piel de gallina.
Un análisis tema por tema no procede cuando nos encontramos ante una obra maestra de tal calibre, sobretodo porque este disco no admite escuchas parciales. Si conduce usted su coche a velocidad de vértigo por alguna carretera secundaria y introduce el CD en la ranura, no va a atreverse ni a ajustar el potenciómetro del volumen entre la intro de batería de Deja que lo muerda hasta el melancólico final de Domingo de mayo. Si, a punta de pistola, alguien obligara a este modesto crítico a quedarse con un solo corte de Coliseum, escogería, con dolor, Maxi ha vuelto.
Coliseum, excelente rock sureño desde los tomatales de Murcia. ¿Quién lo iba a decir? Pues los chicos de M-Clan. Lástima que no escarmentaran con el mejor verso del disco -el río baja puro por el valle, y se pudre cuando llega a esta ciudad-, y acabaran pudriéndose ellos también en la infamia del pop-rock español de peluquería. Lo cierto es que quien escribe los colocó en su lista negra por todo lo que publicó después del bombazo comercial –y también ¿por qué no? musical- que supuso Sin Enchufe, pero cada vez que le da por apagar las luces de su habitación y escuchar de nuevo Coliseum tiene una especie de revelación de los dioses del Rock and Roll: Hay que atrapar el primer vuelo a Montgomery y peinar la orilla del Alabama hasta Mobile. Los viejos M-Clan, los de verdad, los de Coliseum, tiene que andar haciendo rock and roll del bueno en algún bar de carretera. La esperanza es lo último que se pierde, y más cuando hablamos de rock and roll.
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