Martes (II)
Podeu llegir l'inici d'aquesta història de Gise Herranz a El Terrat i demà en podreu llegir el final a Arenas Movedizas.
“Querido Hernán,
Lamento todo este tiempo que he estado ausente, no he podido establecer contacto contigo debido a infinitos contratiempos y mi absoluta desconexión del mundo real…”
Hernán, sí, él era Hernán, pero no conocía a nadie… no se había carteado con nadie ni había tenido amistad con nadie, tanta era su pobreza que no podía permitirse un amigo a distancia, devoto de cartas que debían ser contestadas.
"Estuve viajando por Europa en tren y era difícil escribir.
Supongo que tu vida sigue sumida en la rutina, supongo que los jueves abres las cartas, te permites comer un menú en el bar de la esquina, a media tarde incluso tomas un café, solo y sin azúcar. El Jueves es el día que te libras a la carnalidad de la realidad, sin embargo, es el día que vas a la iglesia.”
No podía seguir leyendo, la intriga lo impacientaba, pensaba en el misterioso hombre. Ante la incapacidad de averiguar quien era, continuó leyendo.
“Te he traído un regalo de tierras lejanas, de Polonia. Cuando llegué a la estación de Varsovia, un olor a cerrado me llevó a tu casa. Recordé tu destartalada cama y ese estante con dos libros y cientos de menuditas tacitas de té de porcelana, que, por tu manera de ser, supongo que no deberían ser tuyas, quizás de tu difunta madre, que en paz descanse. Dudé entre regalarte un libro u otra ridícula tacita, pero como el número dos siempre me gustó, me decanté por la burda porcelana.
Espero poder hacerte una visita en breves y dedicarte un rato con mis relatos de viajero y entregarte la tacita para que se una a tu colección.
Recuerdos,
(firma ilegible)
Así terminaba una carta que no sabía de quién era, pero su remitente parecía conocer hasta su más profunda desgracia. Se levantó del suelo del recibidor. Dejó la carta junto a las llaves, en el mueble cerca del colgador. Sus pasos vagos le llevaron a tientas por el piso.
Entró en su habitación, miró la cama y vio a sus padres. Su padre durmiendo placidamente en un lado y su madre balanceándose en la mecedora que tuvo que vender. Olió el cansancio de sus padres. Vio el sufrimiento y se vio a sí mismo durmiendo en la cama, en el mismo lado que su padre.
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